Aquel sería el primer gesto maternal consciente que recuerdo. No había sentido nunca nada parecido hasta ese momento. Mi mano acariciaba su pelo mientras dormía con la cabeza apoyada en mi regazo. En ese preciso momento percibí que el tiempo se había parado y descubrí en esa caricia hecha con ternura infinita un sentimiento de amor profundo. ¿Hay algo más bello que contemplar el placentero sueño de alguien a quien se ama? No sabía con lo que soñaba, pero por su apacible rostro, estaba en un lugar mejor donde no parecía sentir miedo. Un rayo de sol penetraba e inundaba la habitación, ese halo de luz blanca se mecía entre sus cabellos castaños y proporcionaba una atmósfera cálida. Me dormí también en una postura inusual para no despertarle.