CUENTOS PARA OLIVIA


La señora patata y su minifalda de lunares



La señora patata vivía desde hace algún tiempo en un gran frutero. La colocaron allí por el esplendor de su tamaño y por su piel suave y brillante. Su amplitud de ‘carnes’ la hacía sobresalir sobre el resto de las patatas y eso provocó que se convirtiese en una escultura natural. Junto a los calabacines, zanahorias, tomates y cebollas convivía sin problema alguno. Pasaban los días y mientras veía desaparecer al resto de sus acompañantes de frutero, la señora patata, mantenía la esperanza de preservar su lugar en el precioso frutero y en la cocina.

La señora patata era centro de atención cada vez que alguien visitaba a la familia y entraba en la cocina. Era imposible no mirarla, no dirigirle alguna frase de admiración. La compraron junto con otras patatas, pero de aquella redecilla amarilla sólo se salvó superpatata; la mayor patata jamás vista hasta ahora procedente de una huerta. Diríase casi por su tamaño y piel que se había convertido en la reina Patata. Por eso, el resto de las hortalizas la observaban abriendo sus boquitas con un gesto de admiración permanente. El señor cebolla, que acababa siempre conversando con la señora patata le demostraba grandes atenciones, intentando quedar por encima de los calabacines, pimientos, etc. Al final la señora patata acababa siempre claudicando bajo los encantos a veces dulces y a veces picantes de este señor tan limpio. El cuello de su camisa marrón era la continuación perfecta de una visión de color verde que denotaba una larga y olorosa vida.

El trapo de cocina colgaba envidioso cerca del frutero y miraba atentamente los contoneos de la señora patata. De vez en cuando acababa encima del frutero arropando a la señora tubérculo y al resto de sus amigos. Tan bien quedaba el contraste que la señora patata se atrevió a pedirle que le protegiese las nalgas y las caderas para mirarse en el espejo del aparador y mirarse de forma coqueta; caída de pestañas y elevación de grandes pópulos mientras se sabía observada por todos y todas. Estaba encantada. El trapo de cocina tampoco se sintió defraudado. Supo en ese instante  que su misión sería la de convertirse en la falda de lunares de la señora patata y ya nunca le molestó ese papel.

Pero llegó un día en que la casa estaba llena de familiares y casi no tenían nada para elaborar una exquisita merienda. Las miradas a la señora patata se hicieron insistentes y la misma acabó en la sartén junto al señor cebolla. Con un poco de sal y algo de huevo elaboraron la tortilla de patatas más rica de la historia culinaria. En la cocina de la casa queda la fotografía de la señora patata ataviada con su falda de lunares luciendo una amplia sonrisa encima de su frutero.





Cuenca, 28 de julio de 2008