Los ojos del color del tiempo


Olivia abre los ojos, mucho más que ya es decir, al mirar con sorpresa algo que se le antoja nuevo, desconocido. Su mirada de color del tiempo es siempre limpia y gozosa. Es un constante despertar al mundo y a sus innumerables ventanas y balcones. Todo es para ella nuevo, distinto. Crece cada noche un poquito. Ahora ya es una señorita desdentada y pelona, aunque de pierna larga y fina.

Las noches son para el descanso y cuando Olivia comienza su sueño reparador lo hace rodeada de sus móviles musicales y sus muñecos de peluche. Un sin fin de lucecitas se mueven en el techo y ella, atónita, incluso angustiada, llora un poquito hasta que le coges la mano. Tiene una eterna lucha con la sábana y se destapa constantemente. Tantas veces que mamá se despierta casi cada hora para mirarla con los ojos medio cerrados; la tapa casi en un duermevela que sólo podría romper la demolición del edificio de enfrente.

Olivia nació hace nueve meses y su primera casa –la de hoy mismo- está situada en la calle San Pedro, en pleno Casco Antiguo de Cuenca. En breve, nos cambiaremos de casa y tendrá que habituarse a los nuevos muros y a su nueva situación. Lo bueno de Olivia es que a pesar de su corta edad está familiarizada con todos los cambios posibles. Lo mismo le da pasar el fin de semana en un lugar que en otro, dormir en una cama grande, que en una pequeña, que en una cuna de viaje. Olivia sólo sabe de diversiones, perritos que mirar, juguetes de construcción, muñecos, biberones y potitos de se come enteros a la de tres. Da gusto mirarla cuando come, cuando duerme, cuando ríe, cuando intenta hablar y cuando intenta darte un beso.

Olivia será una viajera, de mochila en mano o de maleta de ruedas, que se unirá a aquellos que deseen conocer mundo y aprender idiomas nuevos. Ya ahora destaca por ser una niña que se emociona cuando la sientas en el carro o cuando la colocas en la silla del coche. Mira a su alrededor y parece analizar todo lo que le rodea. Qué pensará, -pensamos sus padres-. Seguramente en nada, pero qué cantidad de cualidades le estamos atribuyendo ya sin poder ni siquiera andar.  

La pequeña y graciosa desdentada muestra ya sus encías sin problemas a los que la miran. Aunque comienzan a aparecer los primeros signos de vergüenza cuando le dicen cosas bonitas, y ella deposita su cabecita, buscando cobijo entre el cuello y el hombro de mamá o papá. Sus ojos color del tiempo no necesitan de la palabra para comunicarse, ya lo hacen solos, inundando de luz todo aquello en lo que deposita su tierna mirada.