Me comí el mundo


Me comí el mundo aunque no me gusta el queso. ¡Qué remedio! Después de haber tomado la decisión de lanzarme definitivamente a alcanzar mis sueños, no podía hacer otra cosa sino tragar saliva y continuar con lo que había empezado. Siempre había sido algo apocado y temeroso. ¿De qué? De casi todo, pero de la vida y el mundo en general. Mi universo se había reducido mucho, tanto que no podía contar nada más que con la amistad de mi vecino Luis y el ronroneo de Lili, una gatita callejera que empezó a seguirme y que se plantó en la puerta de casa, frotándose contra mis piernas. Ya no sé si lo hacía por mí mismo o porque llevaba sardinas frescas para asar en una bolsa del supermercado. El caso es que está conmigo y ya no puedo concebir la vida sin escuchar sus maullidos.

De niño pensaba en la similitud entre el queso de bola y el globo terráqueo. Incluso llegué a presentar en el colegio un trabajo en el había logrado grabar en la piel roja de un gran queso los mapas de los países y algunos de los ríos. La profesora me puso un diez, amén de que se llevó el queso a su casa y seguro que se comió poco a poco y lentamente cada uno de los países. Era estupendo saber que aquella profesora tan guapa iba a comerse aquel queso porción a porción.  Por otra parte, yo lo odiaba. A mi madre sí que le pareció un gasto inaudito, pero finalmente pareció comprender mi idea de un mundo con forma de queso de bola. Así es que me lo compró y ninguno de mis hermanos cometió la torpeza de comerse un trozo, dejando el globo terráqueo rojo sin Australia, por ejemplo.

Ahora me acompañan mis recuerdos y Lili, y cada tanto voy y me compro un queso de bola, aquel que odiaba de niño y que en este momento es un nexo redondo y oloroso con un pasado feliz y despreocupado. Cuando le cuento esta historia a Luis me dice que me repito, que estoy comenzando mi declive. Lili me mira atentamente mientras le cuento la misma historia y se cobija en mi regazo. No le importa si le hablo de un queso de bola o del mundo, si salgo o entro, o si me cuestiono el por qué estoy aquí. A Lili le importa que sea feliz y juegue con ella y que le compre latitas de sardinas. La gatita se relame con gozo al igual que yo cuando cenamos queso de bola y sardinitas plateadas.