A ti te conozco…


Hace ya quince meses que saliste de mi tripa. Increíble. Al principio de todo, escribí unas líneas sobre cómo serías, tu carita, tu pelo, tu carácter… Ahora ya lo sabemos.

Olivia nació el 3 de octubre de 2008 con mucho dolor y  sufrimiento por parte de su madre, y con mucho aguante y paciencia por el espectáculo que tuvo que contemplar durante casi trece horas por parte de su padre. Parecías un bonito extraterrestre: pelona, de ojos azules muy grandes, labios perfilados y tez suave y blanquita. No sabía si eras un melocotoncito o una manzana. El caso es que llegaste y desde casi tu nacimiento, tu madre, es decir, yo, te iba contando, mientras dábamos largos paseos, lo bonito que era todo lo que nos rodeaba. Te cantaba canciones de las que desconocía la letra o ya la había olvidado, colocando en su lugar palabras y frases inventadas relativas a tu persona.

Qué cosas. Aún lo hago. Espero que en la guardería aprendas las canciones enteras porque yo sólo me acuerdo de los estribillos y de la canción del Corro de la patata, que es muy alegre pero que no tiene nada de especial. Por cierto, desde entonces y hasta ahora además de andar, bailar, hablar en tu propio idioma has desarrollado una gran pasión como la de tu mamá: el gusto por admirar y acariciar a los animales, en especial perros y gatos… Ay… Ahora Olivia siempre que ve a un perro por la calle lo señala y lo llama con la mano. Sin miedo ni vergüenza acaricia perros que son mucho más grandes de tamaño que ella y cuando toma confianza, les coge la cabeza y les da achuchones.

Si vemos un gato, lo cual es más extraño, tus ojos se abren más e intentas acercarte para poder acariciarle el lomo. Claro que un gato no es un perro ni ganas, supongo. El otro día, de excursión por los pueblos de esta tierra en la que vivimos, logramos acariciar a un gato de considerable tamaño que al ser llamado por el sonido habitual que los humanos dedicamos a los gatos, acudió sin pensar. Se restregó lo que pudo en nuestras piernas y se dejó tocar la cabeza sin perder en ningún momento la dignidad felina.

Por cierto, Olivia, ya sabemos a tus quince meses de vida de tu  carácter terco y dulce a la vez, rebelde y risueño, noble y fuerte… Una niña como un sol que ha crecido lo indecible y que aunque aún necesita de nuestra ayuda para andar y mantenerse mejor en el suelo, ya hace sus pequeños descubrimientos.

Ese día al que me refiero, el día en el que te encontraste cara a cara con un gato que se dejaba acariciar, fue el mismo día en el que le quitaste a papá dos grandes trozos de queso manchego que en su descuido lograste coger de la encimera de la cocina. Olivia estaba sentada en el pasillo, apoyando su espalda en la pared y con una cuña de queso en cada mano de las que mordía simultáneamente como si de un pequeño ratón se tratara.  

(5 de abril de 2010)